La energía vital

 

La homeopatía sostiene  que  existe una “fuerza” que sutilmente subordina todos los procesos biológicos (bioquímicos, celulares, etc) manteniendo en orden al organismo y preservando el equilibrio. La energía vital.
Podría dársele diversos nombres : fuerza, energía vital, principio dinámico, etc, no es lo substancial. Lo importante es que este concepto permite integrar aspectos claves de la concepción  homeopática
Cuando esta energía  que regula  el  orden dinámico de la vida por algún motivo se desequilibra, aparecerán, como expresión visible o perceptible de ello, síntomas diversos de malestar o enfermedad.
 Las distintas enfermedades del cuerpo o de  la mente  son  la manifestación de un desequilibrio de la energía vital o fuerza integradora de un organismo que ha perdido su capacidad espontánea de mantenerse en armonía.

La homeopatía no desestima  la biología,  sino que considera que hay un orden que regula por encima de los procesos biológicos,  el equilibrio de la vida.
Para la homeopatía como se mencionó anteriormente, la biología no es el primer “eslabón” de la cadena vital sino un constituyente del mismo. Las propias moléculas y átomos que conforman las distintas estructuras biológicas, tienen cualidades energéticas particulares que definen y modulan  cada una de sus partes. Este nivel suprabiológico, al que sabiamente Hahnemann en su época llamaba  “espíritu inmaterial de la materia” y que actualmente podemos vincular con la física moderna, es en donde como dijimos se plantea la acción de la homeopatía.

La unión indiscutible de cuerpo y mente de la que estamos hechos, pone en pie una  antigua discusión  sobre  la naturaleza de la vida humana. ¿Dónde, el cuerpo, sus  células y  tejidos pierden el puente de contacto biológico hacia el ser sensible, el psiquismo, el inmaterial,  el que percibe,  piensa y siente adentro de cada ser humano ?.
Por ejemplo, ¿en que categoría del proceso vital podríamos ubicar al “pensamiento” ? ¿Es acaso material, palpable o visible ?
¿El pensamiento es  un proceso exclusivamente biológico, corroborado por la actividad neuronal o trasciende en sí hacia un plano cualitativamente distinto?.¿Podemos  conformarnos con la tosca imagen que la biología presenta de él, tomando  “la sombra, el rastro” que éste deja impreso en la biología, en la imagen de la movilidad de  neurotransmisores, en un trazado electroencefalográfico?
Evidentemente no.
El pensamiento constituye una instancia trascendente y que da esencia al ser humano como tal.
 No obstante la medicina no ha podido integrar su complejidad al resto de las manifestaciones orgánicas, ya que éste si bien deja su rastro “orgánico” en la biología, trasciende el plano biológico creando un puente de unión que transcurre hacia una cualidad sensible e “inmaterial” como es el psiquismo.
 El pensamiento, es parte de una experiencia interna, intransferible en su esencia. Podemos comunicarla a través de palabras o escritos, determinarse mediante exámenes la utilización de diversos neurotransmisores e imágenes o trazados eléctricos de la actividad neuronal cuando pensamos. Pero esto en definitiva representan “señales, huellas” que intentan captar y objetivar un fenómeno interno único e individual de cada ser.
Nadie puede pensar por mí, ni percibir lo que en cada momento de la vida me sucede ya que es “el ser sensible” el que capta,  recibe y construye a cada instante,  la experiencia de la vida.
Esto pone en evidencia la incapacidad de explicar todo el fenómeno vital a través de la biología, ya que éste desborda lo biológico, y deja a esta rama de la ciencia en la necesidad de mantener la vieja disociación cuerpo - psiquis por carecer de un instrumento o un modelo  interpretativo que integre esta realidad incontrovertible.
Consecuencia de ello permanece silencioso entre dicha dualidad “un agujero negro” en el microcosmos del conocimiento humano.
La medicina alopática sigue, en definitiva, respondiendo y actuando bajo esta antigua concepción  de la división  de la mente y el cuerpo.
Este ejemplo nos recuerda que la naturaleza del ser humano no es exclusivamente biológica y esa esencia no biológica,  “inmaterial”,  representada por el psiquismo,  convive a cada instante en nosotros, formando parte de una unidad vital.
 Para la homeopatía, el psiquismo es un ejemplo de las distintas cualidades y transmutaciones que se dan en la materia  desde los niveles mas densos como lo corporal a los mas sutiles como lo psíquico.
 La energía vital forma parte de una clase de materia sutil o energía que interactúa permanentemente en los diversos planos de la materia,  mas densos o corpóreos, y menos densos como el psiquismo,  ya que en definitiva,  materia es una forma de energía y también su inversa como lo demostró matemáticamente el genio de Einstein.
Tanto el psiquismo como el cuerpo  dependen de la energía vital  que los integra y abarca,  manteniendo el orden armónicamente.
Por tal motivo el “mal-estar” percibido por cada individuo,  representa uno de los parámetros mas sensibles, precoces  y  genuinos de que algo no funciona adecuadamente.
Y es el psiquismo,  el que por su naturaleza sutil mas sensible percibe en primer lugar el desorden  de la energía vital.
El ser sensible nos transmite a cada instante diversas sensaciones internas, corporales y psíquicas que se conjugan con las percepciones e impresiones que recibimos del entorno.
Es el ser sensible capaz de reflejarse en si mismo y poseedor de conciencia el que siente frío, dolor, hambre, tristeza, miedo.
Todas, sensaciones y emociones que entretejen un complejo mundo de vivencias y experiencias individuales.
En definitiva el aparato psíquico funciona como receptor y coordinador de las diversas circunstancias del acontecer vital .
Aquí radica uno de los grandes hallazgos de la homeopatía: no dejar de lado ningún aspecto del suceder  vital psíquico y físico de  cada individuo.
El dolor, el miedo, las diversas y particulares reacciones psíquicas y corporales forman no sólo signos clínicos objetivos sino síntomas “sentidos”, percibidos por la naturaleza sensible de cada individuo.
Precisamente las patogenesias, es decir la experimentación de los medicamentos, recogen las  reacciones que cada substancia experimentada provocó en todo el individuo, generando síntomas mentales y físicos, dando prueba de que  actúa en el individuo en su conjunto.

Somos una unidad psicosomática. Y enfermamos psicosomáticamente.
No es la intención  desarrollar o discutir las distintas concepciones psicosomáticas, ya que el término en sí es tan amplio y “vago” como decir “mente - cuerpo”, y admite tantas lecturas desde diversas corrientes de pensamiento como quiera dársele. Sólo mencionar que a la existencia de concepciones que priorizan un origen psicógeno de las enfermedades,  a aquellas otras que otorgan un rol determinante a las causas orgánicas (manteniendo en sí la conocida dualidad mente - cuerpo), puede incorporarse una visión homeopática.
No está aquí en discusión la profunda relación e intercomunicación de ambos aspectos es decir : que un sufrimiento mental pueda desencadenar un trastorno orgánico, o que un trastorno orgánico pueda traer aparejado a la vez sufrimientos psíquicos.
Homeopáticamente, lo que se enferma es la energía vital, y como consecuencia, la mente y el cuerpo, ambos.
Al estar la energía vital desequilibrada el individuo se vuelve susceptible de enfermar tanto psíquica como somáticamente.
Es la susceptibilidad a enfermar lo que permite que un ambiente psicológicamente hostil, o un germen, bacteria o virus nos afecte.
Muchas bacterias y virus forman parte del ambiente cotidiano conviviendo  saprofitamente en armonía con el organismo, colaborando en diversas funciones, manteniendo un equilibrio ecológico.
Algunos de estos gérmenes  se vuelven patógenos para el individuo, cuando la  energía vital se ha desviado y perdido la capacidad de actuar normalmente, permitiendo que gérmenes antes inofensivos resulten entonces peligrosos para ese organismo.
Lo mismo sucede con las patologías mentales en las que un individuo cuya energía vital está desequilibrada resultará notablemente susceptible a afectarse en un ambiente perturbador, mientras que si su energía vital está ordenada, utilizará todos sus recursos  para manejarse  lo mas adecuadamente posible en situaciones difíciles como lo atestiguan muchas situaciones en las  que  individuos sometidos a  malas condiciones del entorno,  no se vuelven enfermos.
Ahora bien, ¿de qué depende que un individuo manifieste su desequilibrio vital a través de una determinada enfermedad física (predominantemente), y otro lo haga a través de un trastorno centrado a nivel mental ? De la idiosincrasia particular que está implícita en la naturaleza de cada individuo.
La susceptibilidad a enfermar está dentro de uno.
Otro ejemplo clásico, la tuberculosis. No todos los que toman contacto con el bacilo de  Koch, (al que se le atribuye la tuberculosis), enferman de tuberculosis, sino que sólo lo hacen aquellos susceptibles o “sensibles” cuya idiosincrasia particular se lo permite.
Susceptibilidad es el ser “sensible” a enfermar. Idiosincrasia es el modo de hacerlo, es decir, de qué enfermedad y cómo, en  qué tipo de patología y de qué manera particular tiende el desequilibrio vital a expresarse en  cada individuo. 
El  “enemigo” no está afuera de nosotros, esperando la oportunidad  para “atacarnos”, sino  adentro, en nuestra disarmonía, que nos vuelve susceptibles a los gérmenes que son en definitiva, una manifestación secundaria, una consecuencia del desequilibrio vital, verdadero origen del problema.
Pensemos en la descomposición  de cualquier clase de materia orgánica, vegetal  o animal, que  progresivamente se ve afectada por diversos gérmenes  como parte normal del proceso ecológico. ¿Consideramos acaso que este proceso representa una “infección”  perjudicial ?.
No, es parte del ciclo normal de descomposición que afecta a todos los sistemas orgánicos cuando han perdido lo mas importante y esencial, la vida, la energía vital que los mantiene y organiza.
Cuando esta fuerza desaparece o se desequilibra, el entorno ecológico  intenta metabolizarlo a través de los primeros “barrenderos” que son las bacterias. Las bacterias “barren lo que perciben que ya no sirve”, que ha perdido coherencia vital, y por tanto lo colonizan, dando paso  al ciclo de  transformación y reconversión de la materia en la naturaleza.
Si el organismo está sano, es decir su energía vital ordenada, los gérmenes no lo afectarán porque éste forma parte de un equilibrio ecológico ordenado y coherente. En otras palabras, consecuencia de su equilibrio vital, el sistema inmunitario estará sano y activo para defenderse.

Un ejemplo al margen. Pensemos en los antibióticos, pero, veamos la situación invertida es decir qué sucede con los gérmenes.
Los antibióticos ayudan a combatir las infecciones matando las bacterias. Muchas mueren y se combate la infección puntualmente. Pero de todas, algunas generalmente sobreviven (las mas fuertes) y éstas desarrollarán posterior y progresivamente resistencia  a los antibióticos utilizados.
 Es decir, las bacterias a consecuencia  de los propios antibióticos desarrollan generaciones posteriores mas fuertes, mas resistentes a los embates de los antibióticos.
Vemos cómo en realidad, el organismo que seguirá tan susceptible como antes, (ya que la infección era  la expresión de que la energía vital estaba en desorden), tendrá que enfrentarse ahora con generaciones de gérmenes mas agresivos que los anteriores.
El ciclo continúa indefinidamente, con nuevas generaciones de antibióticos y nuevas generaciones de bacterias cada vez mas agresivas, y con el mismo individuo, igual de enfermo en su energía vital y cada vez mas susceptible.
Esto no significa que no deban utilizarse antibióticos en determinados casos.
¿En qué casos ? Cuando lamentablemente no hemos podido restablecer  el equilibrio vital que le permita al individuo recuperar sus propios mecanismos inmunitarios de defensa.