El sello propio de cada persona


  

Cada ser humano o ser vivo si bien comparte toda una serie de aspectos comunes a la especie a la que pertenece, presenta elementos que lo identifican como una creación única.
Sólo él,  presenta una determinada huella digital, un timbre de voz, un rostro particular, que lo diferencia del resto de sus congéneres.
 Así también cada individuo presenta una determinada forma de reaccionar física o mentalmente frente a diversas circunstancias, aspectos que hacen diferente las reacciones de unos y otros, a veces en pequeños detalles, pero sutilmente característicos. Es decir presenta también un “sello propio” en la forma de enfermar y de qué enfermar. Esto es como se mencionó anteriormente,  la idiosincrasia.

Por ejemplo, dos niños pueden tener un cuadro infeccioso de “angina” en la garganta y fiebre.
No obstante, uno de ellos está postrado en la cama quejándose de dolor punzante en la garganta del lado derecho, manchas amarillentas en las amígdalas, sed escasa y de bebidas calientes que alivian el dolor, contestando distraídamente, con necesidad de compañía, temor a quedarse sólo y miedo a cualquier ruido que lo sobresalta, frialdad en todo el cuerpo y transpiración fría en los pies.
El otro niño, con el “aparente mismo cuadro de angina”, está irritable, de mal humor, quiere estar solo, le molesta la compañía, y que le hablen, con aversión a contestar respondiendo con monosílabos, llorando, con un dolor ardiente en la garganta, y una coloración roja en manchas y úlceras en amígdalas y úvula,  aumentándole el dolor al hablar, después de tragar, con mucha sed y una inquietud ansiosa que lo hace moverse permanentemente en la cama.
Si bien ambos niños presentan  un cuadro clínico catalogado  de “angina pultácea”, todos los síntomas que acompañan  a cada uno de ellos (e inclusive los de la propia angina) poseen  características totalmente distintas.
Es decir cada uno de los pacientes sufre la “aparente misma enfermedad” con modalidades y características propias absolutamente diferenciables.
El desequilibrio vital en cada uno de ellos no está dado sólo por el síntoma de angina, sino por todos los demás síntomas físicos y mentales  que junto con la angina  configuran una totalidad característica alterada.
Cada uno de estos niños necesitará para curarse un medicamento distinto, concordante con la totalidad  característica de cada paciente.
En el primer niño por ejemplo, el medicamento indicado podrá ser Lycopodium, en el segundo, Mercurio, ya que los síntomas presentes de la totalidad del cuadro de cada uno de ellos concuerda con los síntomas surgidos en las patogenesias de cada uno de estos medicamentos. Es decir, cada uno de estos medicamentos provocó en sujetos sanos (durante la experimentación) enfermedades “artificiales o medicamentosas”similares a las que se pretende  curar.
Un aspecto fundamental que señala este ejemplo es que  la prescripción del medicamento no se basa  exclusivamente en  la lesión local, en este caso la angina, (la cual puede muchas veces quedar relegada a un segundo plano), sino que toma en cuenta todas las características peculiares de ese paciente, que van a traslucir quién es esa persona a través de sus particulares formas de reaccionar física y psíquicamente. Importa reconocer qué hay de característico y propio en su dolor, en su lesión, en su estado general, en su ánimo. Qué le angustia, qué teme o le preocupa, qué le sucedió previamente a caer enfermo, qué desencadenantes pudieron estar en juego, cómo es su reacción frente a la enfermedad, cómo la sufre y la lleva. Es decir cómo es y está “la persona” enferma.
Hipócrates sabiamente señalaba que “no hay enfermedades sino enfermos”.
Es decir, es importante remarcar como  cada síntoma y cuadro clínico tiene su propia modalidad particular en cada persona, un matiz peculiar que habla a la vez   de la identidad física y mental de ese ser vivo. Es precisamente de estos elementos característicos, que se nutre la homeopatía para la prescripción del medicamento de  cada paciente.
He aquí una diferencia notable con el criterio alopático.
La alopatía  plantea el diagnóstico de enfermedad en base a  criterios comunes a todos los pacientes. Con ello se establecen síndromes generales: neumopatía, asma, diarrea,  etc.
Pero escapan al mismo las peculiaridades con que dichos síndromes generales se dan en cada caso particular, en cada individuo. Esto la alopatía no lo toma en cuenta  porque no lo utiliza en su método terapéutico.
La homeopatía, por el contrario, si bien considera el diagnóstico clínico convencional, como elemento del encuadre general del enfermo necesita de las peculiaridades individuales de cada caso para poder curar. Estas características peculiares, es decir no sólo “el de qué está enfermo, sino el cómo”, forman parte fundamental en las patogenesias de los distintos medicamentos homeopáticos.
Todo lo que cada paciente trae en su universo personal y sensible es necesario para el diagnóstico homeopático.
A la homeopatía le interesa extraer la realidad “sentida y observada” tal cual es, no importa si concuerda o no con una determinada nosología clínica conocida o escapa a sus características.
La visión de la medicina alopática ha ido quitando progresivamente el colorido propio con que cada individuo expresa sus síntomas en aras del “método que toma lo común a todos” y deja de lado lo particular de cada persona.
La homeopatía necesita de estas características, es su esencia.
Estos síntomas “cargados” de sensaciones y vivencias subjetivas, consideradas “sin importancia” muchas veces por la alopatía, forman parte habitualmente de las patogenesias de los distintos remedios homeopáticos y que por similitud con la totalidad característica de cada paciente, curan.